Marieta y su amigo del mar
Dedicado a la punta del viento

Érase una vez que Marieta tenía un buen amigo y jugaban juntos en el parque, se
llamaba Unay, siempre le estaba contando historias del mar, que si las estrellas de mar
eran estrellas caídas del cielo, que si los caballitos de mar eran los primeros caballos que
hubo y luego fueron creciendo para hacerse grandes… Una vez le contó que las ballenas
hablan, se comunican como nosotros, sólo que no las entendemos, consiguen oírse
desde muy lejos gracias a que el agua lleva los sonidos. Para probarlo un día en la
piscina empezaron a hablar debajo del agua y… ¡sí, se oían!
En invierno, Unay iba todos los días a la piscina cubierta después de clases, y los fines
de semana, cuando le preguntaban qué quería hacer, siempre decía:
—Ir al mar.
En cuanto empezaba el buen tiempo se ponía su bañador y al agua, siempre que podía.
Ese año el calor empezó muy pronto, ya por primavera uno podía bañarse en el mar,
aunque estaba un pelín fría para Marieta.
Cuando lo vio en la playa, se acercó a él:
—¿Qué tal, Marieta?
—Bien, y ¿tú?
—Fenomenal, ya en el agua desde esta mañana, pero mi madre me quería llevar al
médico.
—¿Por qué?
—Pues mira lo que me ha salido.
Le enseñó las manos y entre los dedos le había crecido una especie de piel medio
transparente.
—¿Y no te duele?
—No, al contrario, me gusta y nado más rápido, ven que te lo enseño.
Se metieron en el agua y en poco tiempo Unay estaba ya muy lejos.
—¡Espérame! No puedo ir tan rápido —dijo Marieta, pero Unay ya estaba muy lejos
como para oírle.
A los pocos días, su madre estaba nerviosa y triste, y le dijo que tenía que darle una
mala noticia: que su amigo Unay había desaparecido en la playa, que lo habían buscado
y hasta llamaron a un helicóptero para ver si lo veía, pero nada, no apareció, se debía de
haber ahogado.
Marieta pensó que no, que seguro estaba con las sirenas nadando junto a las Orcas.
Al cabo de algunas semanas, un día de playa, Marieta vio que salía del agua una silueta
muy parecida a Unay, que se fue acercando a ella. Cuando estaba cerca comprobó que
era él.
—Pero, ¡Unay! ¿Qué haces? Que te está buscando todo el mundo…
Él le dijo que no quería que nadie le encontrara, que el fondo del mar era el sitio
perfecto para vivir. Le dio a Marieta una caracola para que se acordara de él y le dijo:
Cuándo me eches de menos ponte la caracola en la oreja, que se escucha el mar y yo
estaré allí.
Cuando volvió a meterse en el agua se despidió:
—Marieta, siempre serás mi amiga y te recordaré. ¿Quieres venir a ver mi mundo?
Marieta contestó un poco insegura:
—Vale, pero yo luego quiero volver.
—De acuerdo —dijo Unay—, guarda bien esta perla y dame la mano.
Se adentraron en el fondo del mar y empezó a ver a chicas y chicos con cola de pez que
emitían un sonido especial, como de saludo. Estuvieron nadando un rato con todos
ellos, saltando y jugando.
No sabía cómo, pero de pronto apareció en la orilla de la playa tumbada junto a sus
padres y con un montón de gente alrededor que decía:
—¿Estás bien?
—Casi te ahogas.
—Te hemos sacado del agua, que estabas boca abajo.
—Ay, Marieta, hija, qué susto nos has dado… —dijo mamá, llorando de alegría y
abrazándola—. Por favor, prométeme que vas a tener más cuidado.
Marieta sabía que había sido Unay y sus amigos, que la habían dejado cerca de la orilla.
Cada vez que Marieta ve el mar o escucha la caracola, se acuerda de su amigo Unay, e
incluso cuando alguna vez bucea cree oír a su amigo llamándola.
Y colorín, colorado
este cuento se ha acabado.