Marieta y la geografía
Dedicado a mi padre

Érase una vez que estaba Marieta con su madre estudiando geografía.
—Pero, hija, que lo hemos repetido trescientas veces. A ver si te lo aprendes.
—Mamá es que los nombres no me salen, se me olvidan, por más que lo escribo es que no…
—Hija, es muy sencillo. Aragón: compuesta por Huesca, Zaragoza y Teruel. A ver si lo dices tú. ¿Dónde está Burgos?
—Pues aquí…
—Pues, no, hija no. ¡Burgos no está ahí! Ahí está Jaén. A ver, el Ebro ¿dónde desemboca?
—Aquí.
—No, ¡ay!, hija, no, en Lisboa no desemboca el Ebro, ahí desemboca el Tajo. ¡Ay, madre mía, con esta niña!
—Mamá, pero no te disgustes conmigo, es que no me lo puedo aprender, no hay manera, se me olvida…
—Bueno, este fin de semana nos vamos al pueblo y a ver si el abuelo te ayuda, ¿vale?
Así fue, el viernes recogieron las cosas que quedaban en la nevera y se fueron al pueblo.
En cuanto llegaron, a su madre le faltó tiempo para decirle al abuelo:
—A ver, abuelo, a ver si metes en cintura a esta niña: no hay forma de que se aprenda las provincias de España. Ni los ríos, ni las provincias, ni nada de nada.
Entonces el abuelo, que ya tenía mucha experiencia porque había enseñado a más de uno del pueblo, no sólo a leer y escribir, sino también algo de geografía y cálculo, sonrió porque estaba seguro de que iba a conseguir enseñar a Marieta.
—Tú no te preocupes, Marieta, que yo te enseñaré Geografía.
—¡ Que guay abuelo!, contigo las cosas parecen diferentes…
—Bueno, hija, mañana tempranito, ¿eh? A las nueve en la mesa sentadita.
—Sí, abuelo, cuando tú me digas.
Y a las siete se levantaron, porque en el pueblo uno se levanta muy temprano. Desayunaron, y el abuelo desapareció mientras Marieta se vestía.
—¿Y el abuelo? ¡que tenía que estudiar con él a las 9!
—Pues no sé, se habrá ido al bar o hacer algún recado. El abuelo vive aquí, y por la mañana temprano tiene sus cosas que hacer. Se habrá ido de paseo a la montaña o se habrá ido a por el periódico.
—Ya, pero es que había quedado conmigo a las nueve para estudiar. Y si uno queda a una hora tiene que cumplir.
—Pues sí, claro que sí, si uno queda a una hora tiene que cumplirlo —Mamá miró el reloj y dijo—. Así que estará a puntito de llegar.
Y, efectivamente, a las 9 menos un minuto el abuelo entraba por la puerta todo cargado de bolsas.
—¡Abueloooo! que vamos a estudiar ¿has ido a comprar a los grandes almacenes?
—No, no hija —se rio—, me he ido aquí, al bar de la Marieta.
—¿Cómo que al bar?
—Sí, he ido al bar de la tía Marieta, que le había hecho un encargo, y me lo ha estado haciendo toda la mañana. Llevo desde las ocho ahí.
—Pero abuelo ¿qué estás haciendo?
—Hala, hala, saca el mapa que ahora te cuento.
Se fue a la cocina, y se le oía manejando la vajilla: «CACHAPUN, CACHATRÁS», haciendo ruidos y sacando todo lo que llevaba en las bolsas.
Fue a la mesa y empezó a poner mogollón de platos sobre la mesa.
—Qué es todo esto abuelo.
—Geografía.
—No, abuelo, esto no es geografía, esto son platos con comida.
—Sí, hija, sí, pero vamos a aprender geografía.
—A ver, abuelo, ¿cómo?
—Muy sencillo: ¿dónde está Burgos? Burgos… Burgos está aquí —señaló en el mapa—. ¿Y qué hay en Burgos?
—Pues no sé —dijo Marieta.
—¡Morcilla! Mira, pruébala, rica, rica, la morcilla de arroz de Burgos.
—¡Mmmh!, pues sí, ¡mmmmmhh!, qué rica, pues sí, la morcilla de Burgos está rica.
—Y ahora busca dónde pone Santander. ¿Que hay en Santander? Anchoas. Las anchoas de Santoña, que está ahí cerquita de Santander, en Cantabria. Mira hija, prueba una.
—Pero qué ricas están… ¡Y es pescado! Nunca había tomado esto…
Y así estuvieron toda la mañana. Cada provincia tenía un plato, iban probando cosas y se lo pasaron pipa:
—En Valencia: la paella, ¡Mmmhh! que rica, con su garrofón… —dijo el abuelo, señalándolo en el mapa—. A ver, niña, unos percebes… o un pulpito con cachelos.
—Aquí, abuelo, en Galicia.
—El ajoblanco, de Málaga…
—Aquí —y Marieta señalaba su sitio.
—Este pescadito frito de Granada…
—Aquí, abuelo, en Andalucía.
—Las gambitas de Huelva…
—¡Aquí! ¿puedo chupar las cabezas?
—El salmorejo cordobés, con estos tropezones, está de muerte.
—¡Aquí, también en Andalucía!
—La cecina… ¿Ves? está ahumada… Es de León
—Aquí, abuelo.
A eso de la una del mediodía, se lo sabía todo. Eso sí, con la tripa superllena.
—Abuelo, no puedo más, creo que ya me lo sé todo… me he tomado la tortita de camarones de Cádiz, me he tomado el cocido Maragato, las migas de Extremadura, que son: Cáceres y Badajoz. Voy a reventar, ya me he aprendido todas las provincias.
—Vamos a ver si es cierto que te las sabes todas de carrerilla.
Entonces el abuelo le enseñó el segundo truco para que nunca más se le olvidaran.
—Imagínate que el mapa de España lo tienes en tu espalda. Yo te voy a ir rascando por la espalda y me vas diciendo que provincia es. Por aquí el norte… y por aquí el sur…
—¡Ay, vale! Eso me gusta.
—Esta de aquí, ¿cuál es?
—¡Uy!, esa parece Jaén…
—Muy bien, esa es Jaén.
—A ver esta…
—A ver, a ver… hummm… un poquito más, un poquito más… ¡Zamora! ¿es Zamora?
—Sí, hija, sí, Zamora —confirmó el abuelo—. Y esta de aquí…
—Hummm, eso… eso tiene que ser… ¡ja, ja! qué cosquillas. León, León.
—Eso es León, sí.
—Qué rico estaba eso de León… hummmm la cecina. Y… ¿me vas a rascar más la espalda?
—No, hija, no, ya no te voy a rascar más, ni te voy a hacer más cosquillas. Ahora lo hacemos al revés, yo digo una provincia y me tocas la espalda donde crees que está y yo te digo si las has acertado o no.
—¡Vale, abuelo!
—Cataluña
—¿Aquí?
—Muy bien. ¿Y Málaga?
—Por aquí
—Sí, hija, sí.
—Cádiz.
—Uy, aquí abajo.
—Y Palencia…
—Uy, donde ese trozo de carne riquísimo… el lechazo, eso el lechazo, aquí.
—Muy bien, lo estás haciendo muy bien.
—¿Ves, abuelo?, así si se me quedan las cosas, entre que en tu espalda consigo ver el mapa y que nos hemos puesto moraos de comer, con esas cosas tan ricas, se me han quedado los nombres de todas las provincias. ¡Ay! qué diferente es aprender contigo, abuelo. Ya me lo sé en una mañana. Y mira, con mamá… después de una semana, nada.
Y así fue cómo el abuelo le enseñó a estudiar todas las provincias de España.
Marieta sacó muy buena nota y nunca se le olvidaron las provincias. Y, desde entonces, cada vez que le pica la espalda dice:
—Ráscame en Cuenca, ahí, ahí, ahora en Sevilla…
Y colorín, colorado
este cuento se ha acabado.