Marieta y la flor de Lis
Dedicado a todas las chicas de San Luis de los Franceses

Érase una vez cuando Marieta estaba haciendo las tareas del colegio, que su padre le dijo:
—Marieta, mañana tenemos que ir al dentista, así que te iré a recoger al colegio, pero no te asustes es para una revisión normal.
El padre de Marieta, por culpa de su trabajo, nunca podía ir al colegio a recogerla, así que ella se alegró mucho, aunque fuera para ir al dentista.
Pensó que tenía que hacer algo especial ese día.
Por aquel entonces, en el colegio, cuando alguien trabajaba duro y se portaba muy bien obtenía un palito de la profesora. Quien reuniera 10 palitos recibía por ese día la Flor de Lis, que era una medalla de color rojo con un dibujo azul de la flor.
Era todo un orgullo llevar la medalla; cuando entrabas al comedor, todos decían: «Mira, mira, esa ha ganado la Flor de Lis». Y si pasabas por la biblioteca, o ibas al recreo, murmuraban: «Anda, qué suerte, esa niña ha conseguido la Flor de Lis».
¿Pero, cómo podría ella ganar la Flor de Lis?
Aparte de los palitos que te daban por sacar buenas notas, podías hacer méritos, pero había una niña en concreto, Eloísa, que siempre hacía méritos para llevarse la medalla. Conocía mil maneras de ganarse los palitos; por ejemplo, ayudaba en la biblioteca a recoger los libros devueltos y la bibliotecaria le daba un palito:
—Muy bien hecho, Eloísa, buen trabajo, toma un palito.
Recogía los papeles del suelo en el recreo y la profesora que cuidaba el patio le decía:
—Muy bien, Eloísa, ojalá todas las niñas aprendieran de ti. Toma un palito.
Mira si conocía formas de recibir palitos que incluso se aprendía poesías, para decírselas a su tutora, y si además eran en francés o en inglés y le daban dos de golpe:
—Señorita Margarita ¿Puedo recitarle una poesía que me he aprendido? —decía con una sonrisilla, sabiendo seguro que le premiarían con un palito.
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín…
—Muy bien, Eloísa, toma un palito, ¡por Espronceda!
Así que Eloísa era la que siempre llevaba la Flor de Lis. Pero en esta ocasión Marieta quería ganarse la medalla. ¿Por qué? Porque venía su padre a recogerla al colegio.
En algunas ocasiones Marieta había ayudado a otras niñas. Beatriz siempre se aburría en el recreo y le decía a veces a Marieta:
—Anda, acompáñame a la biblioteca y nos entretenemos ordenando libros.
—Bueno vale —aceptaba Marieta.
El palito que ganaba se lo daba a alguna otra niña que lo quería:
—Toma, toma, guarda el palito, que yo solo con uno no hago nada, así algún día tú tendrás la Flor de Lis.
La verdad es que a ella nunca le había interesado tenerla.
Pero hoy era diferente, deseaba con todo su corazón ganar la Flor de Lis, quería demostrarle a su padre que ella era una brillante alumna y que todos la vieran con él, orgulloso, cuando la fuera a recoger a la salida del colegio.
En cuanto entró en el colegio esa mañana, reunió a sus amigas y les dijo:
—Chicas, me tenéis que ayudar hoy a conseguir la Flor de Lis, mi padre viene a recogerme. A ti te di un palito un día, y a ti ayer, y a ti anteayer. Así que hoy me tenéis que ayudar a mí.
—Sí, sí, claro que sí, no te preocupes —dijeron todas al unísono— te ayudaremos.
Una rebuscó en su estuche, porque recordaba que tenía un palito desde no se sabe cuándo. Otra guardaba los tesoros en el bolsillo delantero de su mochila y allí estaban: dos palitos.
Otra no tenía nada, porque había perdido el palito que le había regalado Marieta el día anterior, así que se fue en el recreo a la biblioteca y ordenó todos los libros tan bien que le dieron dos palitos.
Otra de las amigas, que siempre era muy despistada, descubrió que en su babi se había dejado olvidados dos palitos, y aunque uno de ellos tenía un chicle un poco pegado, lo pudieron limpiar bien.
Marieta ese día también se esmeró mucho, recogió los papeles del suelo en el recreo de la mañana, y por la tarde recitó una poesía que ya se sabía del año pasado y que solo tuvo que releer para recordarla de nuevo. Así, ella consiguió dos palitos. La profesora les había hecho un dictado y ella pensaba que a lo mejor podía sacar un diez, pues había prestado mucha atención para poder ganar otro palito.
Al final del día se hacía el recuento de los palitos y quien más palitos tuviera llevaría la Flor de Lis a su casa esa tarde, y a la mañana siguiente la luciría todo el día en el colegio.
Cuando repartieron los dictados, Marieta tenía un diez: palito. ¡Bien!
Luego les preguntó a las chicas:
—¿Cuantos tenéis? Yo creo que ya tenemos diez.
Efectivamente, aunque no consiguieron ninguno nuevo, una con el palito del estuche, otra con los dos del babi, otra con otros dos… entre todas llegaban a diez.
Hora del recuento.
—A ver, señoritas —dijo la profesora—. Todas sentadas. Vamos a contar los palitos para ver quién conseguirá la Flor de Lis, si es que hay alguna que tiene diez palitos y no es Eloísa, claro está.
Eloísa, miró con una sonrisa de oreja a oreja, porque sabía que la Flor de Lis sería suya; siempre era la que más palitos tenía.
—Que levante la mano quien tenga palitos —dijo la tutora.
En ese momento Marieta levantó la mano bien alta.
—¡Yo, yo! —dijo.
—¿Cuántos tienes?
—Tengo diez.
—¿DIEEEZZ?. A ver, ven a contarlos: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez. Si es verdad, la señorita Marieta ha ganado hoy la Flor de Lis.
En ese momento Eloísa gritó:
—¡Ha hecho trampas, los palitos se lo han dado sus amigas, no los ha conseguido ella sola!
—¿Es eso cierto, Marieta? —preguntó la profesora, con cara de enfado.
—Sí —dijo Marieta con la voz baja—, pero yo…
—Pero nada, pero nada… Aquí la Flor de Lis se da por los méritos que uno hace.
La profesora, muy enfadada, le quitó la medalla. Acercándose a Eloísa dijo con voz muy seria:
—Eloísa hoy ha ganado la Flor de Lis, una vez más. Señoritas, ya pueden salir.
Así que de nuevo quien la lucía una vez más… era Eloísa.
Marieta salió con sus amigas.
—¡Pues no hay derecho! —sollozaba Marieta—. No hay derecho de que a mí no me haya dado la Flor de Lis, porque sí me la merecía, y además en ningún sitio dice que no te pueden ayudar los compañeros… en ningún sitio lo pone, ¡con la ilusión que me hacía! —dijo sorbiéndose los mocos.
Beatriz la abrazó y al oído le dijo:
—Bueno, no te preocupes, no pasa nada, el próximo día lo intentamos de nuevo para que tú la ganes y lo haremos con cuidado para que la chivata de Eloísa no se entere.
En la puerta del colegio estaba ya el padre de Marieta:
—¡Marieta, corazón!, siempre sales la última, hija, ¡qué alegría verte! ¡Huy!, ¿y esa cara de acelga? ¿Qué ha pasado?, ¿has sacado una mala nota en algo?
—No —respondió Marieta.
—¿Te has peleado con alguna niña?
—¡No papa, no!
—Entonces… Marieta, ¿qué te pasa, te duele algo?
—No, no me duele nada…
—¿Entonces, que ocurre?
—Pues papá, que yo quería conseguir hoy la medalla de la Flor de Lis, me hacía mucha ilusión, porque tú me venías a recoger, y yo iba a estar muy guapa con la medalla, pero otra niña se la ha quedado.
—Ay, Marieta, así que es eso… pero no te preocupes, en la vida esto te va a pasar muchas veces. Toma, suénate los mocos y camina, o llegaremos tarde al dentista. Dime una cosa: ¿Tú eres buena estudiante?
—Sí, creo yo —contestó Marieta cogiendo el pañuelo.
—Claro, porque tú te esfuerzas por sacar buenas notas, ¿no?
—Sííí.
—Y papá y mamá estamos contentos contigo.
Marieta asintió con la cabeza, sonriendo.
—Y eso es lo más importante, lo que llevas por dentro, en tu corazón, y no esa medalla para aparentar.
Marieta y su padre se pararon. Ella se puso más contenta porque algunas compañeras estaban mirando cómo se iba con su padre en moto. Mientras él le ponía el casco, le dijo en voz baja:
—Seguro que Eloísa necesita esa medalla, porque en su casa no ven los esfuerzos que ella hace por ser una buena estudiante, ni se lo reconocen, ni se ponen contentos cuando saca dieces. Por eso, ella necesita demostrar, con esa Flor de Lis, que sabe hacer las cosas y que es una niña inteligente. Pero tú no necesitas hacer eso, porque nosotros lo sabemos.
Y montándose en la moto, bien agarrada a su padre, se fueron al dentista.
Y colorín, colorado
este cuanto se ha acabado.