Marieta y la costura
Dedicado a la abuela Carmen Bernalte

Marieta ya había crecido, y empezaba de nuevo el colegio, atrás quedaban las vacaciones, ahora iría donde los mayores, al recreo de los medianos, ya no compartía el patio con los de la guardería y además tenía asignaturas nuevas. Había una que le llamaba la atención: Pretecnología. No sabía qué era eso, pero la palabra le gustaba: PRE-TEC-NO-LO-GÍA.
La profesora de esta asignatura era rubia, con el pelo largo, y dijo que había que llevar: aguja, hilo y tela y por supuesto un dedal. Esa clase parecía que iba a ser muy divertida.
El sábado por la mañana Marieta se fue con su madre al centro de Madrid, cerca de la Puerta del Sol, a una tienda famosa, que en la entrada tenía unas letras doradas en las que ponía: Almacén de Pontejos. Al entrar en la tienda sonaba una campanilla, que estaba colgada de la puerta, para anunciar que había nuevo cliente. Lo primero que vio fueron muchas telas de todos los colores en grandes rollos redondos, desperdigados por toda la tienda, en los pasillos, en los estantes… incluso llegaban hasta el techo. Conforme iban avanzando llegaron a la sección de botones, eran cajones pequeños en la pared y cada tirador tenía un botón, unos grandes y rojos, otros pequeños, otros con 2 agujeros y otros forrados de tela. El dependiente abrió uno de ellos para enseñárselo a una señora a la que estaba despachando y curiosamente dentro estaba lleno de botones iguales al del tirador.
«¡Ah!» se dijo Marieta, «qué ingenioso, lo ponen en el tirador para saber qué botones hay dentro».
Cuando les tocó su turno, mamá sacó un papel con la lista de las cosas que había que comprar. Marieta miraba ilusionada cada cosa que el dependiente ponía sobre el mostrador, porque le encantaban las cosas nuevas. Estaba deseando estrenarlas al día siguiente.
La profesora en clase les explicó las muchas formas diferentes de coser: se podía zurcir, hilvanar, hacer punto de cruz… lo primero era enhebrar la aguja y hacer un nudito en el hilo de una manera especial, con una sola mano y siempre con el dedal puesto.
—La aguja con el dedo hace mal, pero no en el dedal —decía la profesora.
Les enseñó cómo coser, pero a Marieta no se le daba nada bien, no conseguía meter la aguja en la tela por donde ella quería, lo intentaba una y otra vez, pero nada, le salía fatal.
La profesora les indicó que se cogía la aguja con la mano con la que se escribía. Solo Laura cogía la aguja con la izquierda, y la profesora le enseñó a coser al revés, porque era zurda. Los zurdos empiezan a coser por la izquierda, no por la derecha.
Marieta pensó que a lo mejor ella escribía con la derecha, pero cosía con la izquierda.
—Seño, ¿puedo acercarme con Laura para ver cómo se cose con la izquierda?, porque a lo mejor yo soy zurda para coser.
Las compañeras se rieron, pensando que era una tontería y que simplemente se le daba fatal coser, pero ella confiaba mucho en sí misma.
—Sí, claro, ven —dijo la profesora.
Marieta cogió la aguja con la otra mano y empezó a escuchar lo que la profesora le decía a Laura. Ahora sí, la aguja iba por donde ella quería: por aquí entraba en la tela y por allí salía… Le preguntó a la profesora por qué ella escribía con la derecha y sin embargo la aguja la tenía que coger con la izquierda para que le saliera bien.
La maestra le explicó que hay gente que es ambidiestra, que hay cosas que pueden hacer con las dos manos, es decir, como si tuvieran dos derechas. Marieta se puso muy contenta. Y en cuanto llegó a casa se lo contó a su madre.
—¡Mamá, mamá! ¡tengo dos manos derechas!
Su madre se asustó, pero luego, cuando Marieta se lo explicó, se quedó tranquila.
Esa noche llamó a su abuelo y se lo contó:
—Escribo con la derecha y coso con la izquierda.
—Como la abuela, ¡te lo ha dejado de herencia! —dijo el abuelo entre risas.
¡Así que la abuela María también era ambidiestra!
Esa noche Marieta buscó en el cajón de las sábanas y durmió con la colcha que la abuela María le había cosido hacía mucho tiempo y le había regalado cuando nació.
Y colorín, colorado,
este cuando ha acabado.