Marieta y la lavadora
Dedicado a mi querida hermana, Chelo

Érase una vez que Marieta estaba en casa con su hermana pequeña y su madre les dijo:
—¡Ay!, tengo que salir a hacer un recado urgente, si necesitáis algo, os dejo aquí el número de mi móvil, pero no tardaré mucho, ¿vale? Tenéis el desayuno ya preparado, lo calentáis en el microondas y si queréis ponéis la tele para ver los dibujos.
—¡Qué bien, dibus por la mañana! —dijeron las dos hermanas—, adiós, adiós mamá, vete, vete, que no pasa nada…
Su mamá cogió el bolso, las llaves de casa y salió corriendo.
Marieta y su hermana se quedaron solas. A Marieta le gustaba hacer de mamá:
—A ver, bombón, te voy a preparar el desayuno, ¿lo quieres con chocolate o no?
—Zí, zí, con cocoate —dijo su hermana pequeña.
Así que Marieta metió las dos tazas en el microondas como le había enseñado mamá, dio dos golpecitos al botón: ¡pin, pin! y la leche se puso a calentar mientras las dos miraban cómo daban vueltas los vasos dentro del micro: ¡Uuuuu, Uuuuuu!
Cuando sonó el aparato, ¡clin!, las dos cogieron las tazas con mucho cuidado y se lo pusieron en la mesa para desayunar.
Marieta se subió en su silla y abrió el armario donde sabía que mamá guardaba todos los bizcochos, las magdalenas, los bollos de chocolate, las galletas… empezó a dárselos a su hermana, y entre las dos los pusieron encima de la mesa.
—Qué rico va a estar este desayuno, ¿verdad?
Empezaron a comer, que si un bollo, que si una magdalena, que si un poco de leche, que si ¡ja, ja!, que si ¡ju, ju!, hasta que de repente se acordaron: ¡LOS DIBUS!
—Vamos corriendo al salón! —dijo Marieta.
Se bebieron la leche que les quedaba de un sorbo y corriendo se fueron al salón.
—La pongo yo.
—No, yo.
—Pues tú la enciendes y yo busco el canal.
—Venga, vale.
Así que entre las dos consiguieron poner un canal que de dibujos que les gustaba, con el volumen un poquito alto, diría mamá, pero, como no estaba, no había problemas.
Con la boca abierta estuvieron un buen rato concentradas viendo los dibujos, hasta que Marieta empezó a oír un ruido un poco extraño en la casa.
TURURURURURURURUR… TURURURURURURUR
—¿Qué es eso? ¿Qué ruido es ese? —Marieta pensó que nunca lo había oído antes.
TURUURURURURUR
Enseguida se levantó y fue muy despacito para ver de dónde salía ese ruido.
TURUURURURURUR
Conforme se fue acercando a la cocina, el ruido aumentaba; poco a poco y de puntillas, con mucho miedo, consiguió llegar hasta la puerta de la cocina. Cuando intentó abrirla… ¡Oh!, la puerta no se abría y el ruido continuaba oyéndose.
—¡Ay, dios mío! ¿qué es eso?
«Bueno, tranquila», pensó para sus adentros: «que no nos entre el pánico, vamos a ver qué es ese ruido».
Empezó a mirar, porque se podía abrir un poquito la puerta, pero nada más que un poquitito, lo justo para que pudiese mirar con el rabillo del ojo, y vio que era la lavadora la que hacia ese ruido: TURUURURURURUR
Como la lavadora estaba justo pegada a la puerta le impedía abrirla y vio como se movía sola, estaba avanzando desde la pared hacia delante y hacia ese ruido: TURUURURURURUR.
Se dio cuenta que el tambor de la lavadora estaba dando vueltas a toda velocidad, como si estuviera centrifugando. Muchas veces había oído a mamá: «La lavadora en cuanto termine de centrifugar la cuelgo», y por eso reconoció que ese era el ruido de centrifugar.
Cogió el teléfono y llamó a su madre: 4… 5… 6… 3… 3… 8, 7, 2…
—Sí, ¿diga?
—Mamá, que soy Marieta.
—Sí, cariño, ¿ha pasado algo malo?, ¿le ha pasado algo a tu hermana?
—No mamá, todo está bien, pero es que la lavadora está centrifugando y se está moviendo como una loca por toda la cocina y no puedo abrir la puerta.
—¡Ay, ay!, ¡me cachis!, ¡esta lavadora!… hay que cambiarla algún día, ¡en cuanto centrifuga se vuelve loca y se echa a andar por toda la casa, cualquier día aparece en la casa del vecino! Bueno, no te preocupes, en cuanto llegue a casa la muevo, ¿necesitáis algo de la cocina?
—No, no, mamá, no te preocupes, ya hemos desayunado.
—Vale, pues en un momentito llego, ¡muá!, adiós.
Durante un rato estuvieron Marieta y su hermana en la puerta escuchando como se movía la lavadora: TU, TU, TU, Tu, tu, tu, tuuuuuuuu..uu-uu, hasta que terminó.
Marieta intentó empujar la puerta y consiguió abrirla un poquito más. Entonces le dijo a su hermana:
—A ver si puedes pasar por el hueco y te ayudo a subir encima de la lavadora. Así, tú desde dentro y yo desde fuera, empujamos a la Loca.
—Vae —dijo su hermana.
La hermana de Marieta metió la cabeza como pudo por el hueco y Marieta le empujó el culo hasta subirla encima de la lavadora.
—A toi ento —eso quería decir: ya estoy dentro.
—Muy bien —respondió al otro lado Marieta—, ahora bájate de la lavadora y empuja, empuja fuerte la lavadora, yo lo intentaré desde aquí.
Marieta pudo agarrar una esquina de la lavadora con una mano, y contó hacia atrás en voz alta:
—Tres, dos, uno… ¡Empuja!
Las hermanas empujaron con todas sus fuerzas y así consiguieron moverla, lo justo, justito para conseguir abrir la puerta. Cuando las dos se vieron empezaron a saltar:
—¡Bien!, ¡bien!, hemos movido a la Loca…
En ese momento se oyó la puerta de casa que se abría: ¡debía de ser mamá!
Las dos salieron corriendo a su encuentro, ¡mamá, mamá!
—Hola, chicas, ¿qué tal? ¿Lo habéis pasado bien?
—Bueno un poco de susto.
—¿Susto, por qué?
—Porque la Loca se movía por toda la cocina.
—¡Ay, es verdad!, a ver si cuando venga papá nos ayuda a ponerle algo en las patas para que no se mueva.
Entre las tres sacaron la ropa y mientras la tendían Marieta le contó la hazaña, como una película de dos superheroínas.
A la hora de la comida llegó papá:
—¡Papá, papá! Tenemos que contarte lo que nos ha pasado…
—¡Vale, pero antes… tengo una sorpresa!
—¿El qué? —dijeron las tres.
—¡Ah! Es una sorpresa, pero tenéis que venir las tres al ascensor a ayudarme porque no puedo sacarla yo solo.
Las tres corrieron hacia el ascensor, y cuando abrieron la puerta del ascensor se quedaron sorprendidas al ver una caja enorme. Empezaron a empujarla y Marieta dijo:
—¡Pesa como la Loca! ¿Es una lavadora?
—Sí, esta ya no se moverá de su sitio al centrifugar. ¿Cómo lo has adivinado?
Cuando ya habían metido dentro la lavadora Marieta contó de nuevo la historia con su hermanita. Entonces mamá dijo:
—Pero, ¿cómo lo has sabido, si yo no te he llamado para contarte nada?
—No, no, yo no sabía nada —respondió papá—, pero pasé por delante de una tienda, vi que estaba de oferta y me acordé de que la nuestra siempre se quería dar un paseo por la cocina…
—¡Qué casualidad! —dijeron todos a la vez. Y se echaron a reír por esa nueva coincidencia.
Y colorín, colorado
este cuento se ha acabado.