Marieta y las lágrimas

Dedicado a Concha y Mar, en la Alhambra

Érase una vez que Marieta estaba leyendo un libro de lo más interesante, hablaba de un sitio precioso que está en Granada, se llama la Alhambra, un conjunto de palacios árabes, jardines y una fortaleza, donde vivía un rey nazarí, que tenía una hija, la princesa Yamila.

En todos los jardines de la Alhambra había naranjos. El azahar, la flor del naranjo huele fenomenal y en la historia ponía que en esta época estaban todos los naranjos floridos, así que olía a flores por todos sitios.

Marieta leía sobre Yamila, la princesa que vivía allí y las cosas que le pasaban, a veces leyendo, se ponía triste, porque el padre de Yamila quería casarla con un señor mayor que tenía mucho dinero, pero era malo y ella, claro está, no quería.

A Yamila quien le gustaba era un chico de palacio, se veían al atardecer en los jardines de la Medina, y se decían cosas de amor: « ¡Ay!, qué guapo eres…», «No, qué bonita eres tú» y él le tocaba el pelo.

Pero veían que aquel amor no iba a ser posible, porque una tarde el novio enamorado le anunció que se tenía que ir, y le dijo a su amada: «Si no te vuelvo a ver nunca más, por lo menos que tenga un recuerdo de ti». Así que viendo cómo la princesa lloraba, cogió un botecito que guardaba entre sus prendas y dijo: «tus lágrimas», y en el recipiente metió unas cuantas lágrimas de la princesa. Desde que se fue de La Alhambra, llevó el frasquito pegado al corazón……. Pasaron los años y ….

Marieta dejo de leer y empezó a soñar por su cuenta:

« ¡Ay!, si yo tuviera un chico que me quisiera y guardara mis lágrimas, ¡ay!, qué bonito que sería eso…»

Entonces se acercó a su madre y le preguntó:

—Mamá, ¿papá tiene lágrimas tuyas?

— ¿Qué dices Marieta?… No, ¿por qué va a tener lágrimas mías?

—Ay, mamá, porque es muy romántico, que papá tenga lágrimas tuyas…

Pero su madre le dijo: «Marieta, las cosas han cambiado, ya no tienes lágrimas de los amores, se tiene un dibujo pintado, se tiene… no sé… un regalo que te haya hecho».

—Ya, ya, mamá, pero lo mejor son LAS LÁGRIMAS.

Así que Marieta siguió soñando y se acordó de un chico que había en el colegio que le gustaba un poquito, y pensó: «Le voy a regalar mis lágrimas».

Se fue al cuarto de baño y gritó:

— ¡Mamá!, ¿dónde hay un bote?

—No lo sé, Marieta.

— ¡Mamá, quiero un bote!

—Un bote, ¿para qué? Para poner el champú, para…

—No, no, mamá, un bote para meter lágrimas.

—Marieta, yo no tengo botes para meter lágrimas, eso no existe, ya te lo he dicho.

— ¡Ay, que sí, mamá!, yo quiero un bote para meter lágrimas…

Un poco pesada a veces Marieta con sus cosas…

Pero a los pocos días, se fueron a la feria, a los puestitos de verano. Marieta seguía pensando en su botecito y dio la casualidad de que en uno de los puestos que se vendía artesanía tenían objetos de vidrio, entre ellos había un frasco, un frasquito muy chiquitito, muy chiquitito.

— ¡Ah!, esto es justo lo que quiero para mis lágrimas —dijo Marieta—, ¿cuánto cuesta?

—Un euro —le respondió el señor, mirándola por encima de sus gafas.

Como había aprendido a regatear jugando a los mercados en el colegio, le dijo:

—Pero yo le doy 0,50, ¿le importa?, ¿podemos hacer ese trato?

—Ten, anda, por 50 céntimos, te lo vendo.

Marieta se fue con su frasco a casa muy contenta, incluso orgullosa por haber regateado con el señor. En cuanto llegó, se encerró en el cuarto de baño.

« ¡Ay! Voy a llorar». Pero no lloraba.

« ¡Ay! Voy a pensar cosas tristes…». Pero no lloraba.

Así que pensó: «Lo mejor es cortar por lo sano», y se metió el dedo en el ojo: ¡Pum!

—¡¡HUY!! ¡Cómo duele!

Pero así, al fin pudo llorar. Consiguió meter dos lagrimitas dentro del frasquito. Las miró al trasluz y vio que era un liquidito normal, no se parecía distinto del agua, era igualmente transparente. Entonces le cayó una lágrima más por la cara; la cogió con el dedo y la chupó.

—¡Anda! Las lágrimas están saladas, que cosa más rara.

Envolvió el frasco en un papel de celofán transparente de color amarillo que tenía. Quedó precioso.

A los pocos días empezó el nuevo curso, y regresó al colegio llevando en su mochila el frasquito.

—¡Hola, Luis!

—Hola Marieta!

—Oye, Luis.

—¿Qué?

—¡Oye!, Luis.

—¿Quééééééééééé?

—¡Oye!, ¡Luis!…

—Ay, Marieta, ¿qué? Pesada, estoy escuchando a la profesora…

—Tengo un regalo para ti.

—¡Ah!, pues dámelo.

—No, no. Te lo daré en el recreo, y así hablamos un poquito.

Marieta estuvo nerviosa toda la clase, esperando a que sonara la campaña, y en cuanto lo hizo… ¡¡¡RIIIIIING!!!

—Luis, ven, ven al rincón, que te quiero decir una cosa.

Y en el rincón le dijo:

—Mira lo que tengo para ti.

Y Luis le preguntó:

—¿Qué es?

—Son… es un bote de lágrimas mías…

—¿Qué?

—Es un bote con mis lágrimas; que, como me gustas, quería regalártelas.

—¡Ah! Vale, gracias. Adiós.

Cogió el bote en las manos y salió corriendo a jugar al fútbol.

Marieta se quedó pensando: «Pues no es tan romántico como yo me lo imaginaba».

Y ahí quedó la historia.

El tiempo pasó y muchos, muchos años después, cuando Marieta, Luis y todos los de la clase fueron ya mayores, el colegio hizo una reunión de los antiguos alumnos. Entre ellos estaba Luis, así que a Marieta le hizo mucha ilusión volver a encontrarse con su amigo de la infancia.

En cuanto lo vio, se acercó y le dio dos besos.

—Hola Luis, ¿cómo estás? Qué cambiado, ¿qué es de tu vida?

Luis la miro a los ojos y le dijo:

—Marieta, siempre he conservado aquello que me regalaste, el bote con tus lágrimas. Lo sigo teniendo, está en una de las estanterías preferidas de mi casa. Me hizo mucha ilusión que me lo regalaras.

Y colorín, colorado

este cuento se ha acabado.