Marieta y Laura
Dedicado a las pijas, Inés

Érase una vez que la mamá de Marieta se encontró en la calle a una antigua amiga, estuvieron charlando y quedaron en verse al día siguiente en el parque porque ella tenía una niña de la edad de Marieta.
Así que al día siguiente quedaron ellas para charlar y las niñas para jugar.
Marieta y Laura se llevaron muy bien desde el primer momento, jugaron a muchas cosas:
—Oye, ¿saltamos a la comba? —dijo una de ellas.
—Ay, sí, sí —respondió la otra—, me encanta, mira la canción que sé: «En la plaza Mayor ha caído una bomba y ha ido a parar a la reina Victoria. La reina Victoria está…»
Al cabo de un rato:
—¿Nos vamos a los columpios, que no hay nadie?
—¡Sí, sí, vamos! Me encanta ponerme con las piernas delante, las piernas detrás, las piernas delante. Y así subir hasta el cielo.
—¡A mí también! —dijo la otra.
Así que las dos pasaron una tarde estupenda y las mamás quedaron para verse otro día.
A los pocos días la mamá de Laura llamó por teléfono a casa de Marieta para invitarla a pasar la tarde en su casa. Marieta, emocionada de volver a ver a su nueva amiga, gritó:
—Sí, sí, porfa mamá, que Laura es muy buena amiga.
Cogió una mochila y empezó a meter una pelota, una cuerda, unos chicles, un poco de dinerito de la hucha por si había que comprar algo y unos pañuelos para los mocos.
—Vamos mamá, venga, venga que ya estoy, vamos a casa de Laura.
Su madre la llevó y, al llegar, mamá le dio las instrucciones:
—Pórtate bien, sé obediente, di a todo que sí, no desordenes nada.
Marieta sabía lo que tenía que decir:
—Sí, mamá… sí, mamá… sí, mamá… Adiós, mamá.
Se dieron un beso y un abrazo y así se despidieron.
—A las ocho vengo a por ti, recuerda que…
—Sí, mamá…
Y Marieta desapareció por el portal.
Lo primero que hicieron cuando se vieron fue recorrer toda la casa y Laura como si de la anfitriona se tratase le iba presentando todas las habitaciones:
—El baño, Marieta; el salón, Marieta; mi dormitorio, Marieta; el cuarto de la plancha, Marieta… —incluso le presentó el cuarto de la asistenta.
—¿Quién es Asistenta?
—No —dijo Laura—, se llama Julia, es la chica que limpia en casa y ayuda a mamá con la ropa y la comida. Julia está siempre, incluso duerme aquí en casa, aunque no es familia nuestra…
«¡Hala!», pensó Marieta, «alguien que recoge siempre todo y a todas horas y mamá seguro que no grita ni le dice a Laura: “¡recoge las cosas que yo no soy tu chacha!”; qué suerte tiene Laura de tener una asistenta en casa».
Una vez hechas las presentaciones, fueron al cuarto donde estaban las muñecas y la cama de Laura, que era dos veces más grande que la suya. Estuvieron jugando y a la hora de merendar, Julia les preparó un bocadillo de crema de chocolate. ¡Estaba riquísimo!
Cuando terminaron, Laura propuso bajar al jardín a jugar con las amigas.
—Ay, sí, sí —dijo Marieta emocionada, porque le daba mucha curiosidad conocer a las amigas de Laura, ver cómo vestían, qué juegos eran sus preferidos, saber si eran majas o no.
Laura le presentó a sus amigas, pero enseguida Marieta vio que Laura había cambiado, hablaba de una forma muy rara.
—Hola, chicas, ¿cómo estáis? —como si tuviera una patata en la boca—. Mira, os presento a mi amiga, es María, pero la llamamos Marieta.
Marieta se quedó mirando a Laura y pensando: «¿qué le pasa?, le ha dado una enfermedad rara, o el bocata le ha sentado mal en la tripa y yo no me he enterado…».
Esperó a ver si aquello que tenía se le pasaba.
—A ver chicas ¿a qué podemos jugar? —siguió diciendo Laura con esa voz de patata— porque ya estoy cansadísima de los juegos de bebés y esos juegos de la cuerda, de la goma y del balón, es que me a-bu-rren ¡totalmente!
Marieta cada vez más extrañada, pensó que era un nuevo juego, intentar hablar como las tontas, pero ella no conocía bien las reglas. Así que cogió a Laura aparte y le preguntó:
—Laura, ¿estás jugando a un juego nuevo o es que te pasa algo en la boca?
—No —respondió Laura—, es que, con las amigas del jardín, todas hablamos así y decimos cosas de niñas mayores.
—¿Y de verdad que no te gusta ya jugar ni a la cuerda, ni a la pelota?
—¡Claro que me gusta jugar!, pero delante de ellas tengo que aparentar que no me gusta.
—Pero, ¿por qué?
—¡Ay, hija! ¿no lo entiendes? Pues porque así es mucho mejor.
Marieta, no entendía que con unas amigas tuviera que cambiar de cómo era ella y que no pudieran jugar a la cuerda, ni al balón, si eran muy divertidos y les gustaba y se lo pasaban tan bien.
Así que ella prefirió quedarse callada, porque no quería hablar de esa manera, aunque lo intentó dos veces, pero no se le daba bien.
Estuvo toda la tarde nada más que escuchando, pero no le gustó nada, decían cosas de mayores y cosas para presumir y hacerse las chulitas. Y Marieta de lo que se dio cuenta es de que, en realidad, esas chicas ni hablaban así en sus casas, ni pensaban de verdad eso que estaban diciendo. Seguro que a las niñas tan creídas del colegio también les pasaba lo mismo.
Después de un buen rato, Marieta llegó a la conclusión de que no quería volver a quedar con esas amigas de Laura, e incluso pensó que a lo mejor tampoco con ella. Porque en cualquier momento podía cambiar y volver a convertirse en esa niña que hablaba con voz extraña a la que no le gustaban los juegos de niñas.
Cuando llegó la hora de que su madre la recogiera, Marieta se despidió de Laura y de su madre, y dio las gracias como su madre le había enseñado:
—Gracias por todo, me lo he pasado muy bien, me ha gustado mucho la merienda. Adiós.
Pero cuando se montaron en el coche y la madre de Marieta le preguntó:
—¿Os habéis divertido?, ¿qué tal lo has pasado?
—Pues… no muy bien, mamá.
—¿Cómo?, ¿qué no te lo has pasado bien? ¿Qué os ha ocurrido? ¿os habéis enfadado? ¿os habéis peleado con alguien?
—No, no, mamá, no ha pasado nada de eso. Es que Laura ha cambiado.
—¿Cómo qué ha cambiado?
Entonces Marieta le contó lo que había pasado, y cuando terminó la mamá le dijo:
—Bueno, y tú qué piensas.
Y Marieta dijo:
—Pues… yo mamá, no voy a cambiar de como soy, a mí no me importa que los demás no quieran ser mis amigos o no quieran jugar conmigo. Pero yo no voy a cambiar, ni mi voz, ni mi forma de ser, ni decir que no me gustan las cosas que sí gustan, para gustar a los demás, porque seré una creída y entonces la que no me gustaré seré yo.
—Bueno, muy bien, pues entonces, no lo hagas, no cambies, sé tú misma. Aunque a lo largo de la vida, te lo tendrás que plantear muchas veces, y verás que a veces tienes que ir cambiando un poquito, no para gustar a los demás, pero si para adaptarte a algunas situaciones. Lo importante es que no se te olvide nunca quién eres y quién quieres ser.
Con este consejo y el tran, tran del coche, Marieta se fue durmiendo muy tranquilita antes de llegar a casa.
Y colorín, colorado
este cuento se ha acabado.